Negro y color (también)
Llevo días pensando en este año impar y apenas me he dado cuenta. Seguramente porque, de los doce meses, la mitad han sido un duro, pegajoso y oscuro letargo de alquitrán. Hace un año el termómetro marcaba 39, me dolía todo. Y adentro, más. Ahí, el mercurio no lograba ni subir: el pulso quieto, asustado, deshabitada de abrazos y miradas; empachada de desprecios y soberbia. Superó a la entrada del 2006, tan negruzca... Pero todo pasa, dicen y digo. En todo este tiempo he desaparecido varias veces, he exigido casi evaporarme.
Por suerte, aquellos con los que me troncho, los que me riñen con cariño, los que me abrigan porque otros ya no están, los que me dan felicidad sin ni siquiera saberlo, los que he recuperado después de años de andar camino, los nuevos que han aparecido sin avisar, un saco de diminutos seres que me hacen mejor persona cada día (seis más una), la que no me pide palabras ni promesas y la quiero tanto, el escritor maravilloso a quién le gusta lo que escribo, el que me deja canciones en el contestador y siempre me arranca sonrisas, la que come turrón a escondidas, la que me pone de excusa para pedirse un cortado con cruasanes, la que me da latas de atún para mis ensaladas, catálogos de Avon para mis diminutos pies y consejos de tia eterna, el adolescente que me da besos con vergüenza y me llama bicho, la pareja perfecta que inspira mi alegría (les falta el perro, todo llegará), los que animáis mis paseos virtuales cada mañana, la que encontró novio y toca el piano, el que me ha rebautizado como la pititona, que me hace croquetas, que me cuida cada día, que recoge mis lágrimas con rímel...
Todo volverá a ser habitado. Por suerte. Feliz, feliz 2008.