Iconografía

domingo, 22 de junio de 2008

Solsticio

Una caída de ojos en el restaurante Kai.
Y al alba, de nuevo. El olor a mecha quemada, el aire yodado, los ojos radiantes, la sal. Cuando el buen tiempo regresa y el sol se mece, acicalado, y coquetea. Cuando la luna nos guiña su recorrido. Llegas tú, con la maleta cargada de desnudez. Tu enorme sonrisa y la oscuridad desengrasada. Y todo lo que hablas, azul. Como el graznido de un pájaro, como el calor de los muros enmohecidos. Y suenas y hueles y amas y eres y abrazas, azul.
Azul zumbido de integridad.

martes, 10 de junio de 2008

La escalera, por el primer peldaño

Surtidores, comida.
Es que acabo de ver por la tele una señora que ha comprado 14 kilos de arroz, por lo que pueda pasar en los días venideros. Yo puse gasolina ayer por la tarde, 30 euros de gasoil. Era del caro, ultimate para ser más exactos. Que contamina y consume menos, me dijeron. Es que el otro está agotado desde esta mañana. Pues vale. Lo que quiero es evitarme el ir haciendo cola en todas las gasolineras que haya en 20 kilómetros a la redonda. ¿Pánico energético? La razón es mucho más sencilla: desde que me saqué el carnet hace más de ocho años, ir en transporte público me da una pereza tremenda. Ir a Lisboa y coger el tranvía sería distinto, no es comparable. Eso entraría dentro de la categoría de tremendo placer. Pero aquí, a las 8:00 de la mañana, con toda la maraña humana apelotonada en el tren, soltando efluvios varios, pues no. Y me enfurruño con las caravanas como cualquiera, pero con el climatronic y Radio 3 no hay autobús interurbano o metro que sea capaz de tentarme.
Respecto a lo de hacer acopio de cantidades ingentes de comida, en mi caso no es posible. Me encantan las ensaladas de canónigos pero su tiempo de vida es efímero: los compras un lunes y el miércoles ya están pochos, las hojas se quedan como blandengues y negras, como un trébol que ha perdido la suerte. Pero tengo muchas latas de espárragos. ¡Y mahonesa!
Hoy llueve, pero dejará de hacerlo. Paciencia.

martes, 3 de junio de 2008

Madrid, entonces

Marilyn Monroe y Clark Gable en Vidas Rebeldes, de John Huston (1961)
Los miro y veo el cartel de The Misfits que J tenía en su diminuto piso de Madrid. El mismo que casi inundé un caluroso día de verano de hace la friolera fecha de siete años. Siempre he necesitado cierto espacio de maniobra para aclarar a la perfección los ungüentos que dedico a mi cabellera. Recuerdo requetebién la cena de emperador a la plancha y vino tinto, ese calor galopante de Madrid nada más despertarme al día siguiente, como de secador en marcha, los muros que se rompieron con mi madre, su miedo guardián, mi entusiasmo enamorado. Y meses después, otra vez rodeando esquinas, las excursiones bajo la lluvia de otoño, la mejor película del mundo mundial en los Renoir, mi falda negra a la rodilla, sus eternas camisas de manga larga perpetuamente arremangadas... Su risa a tandas, cazarlo, divertido, rizándose las pestañas a escondidas.Vidas Rebeldes es la amarga historia sobre lo absurdo de la vida y del amor. El diálogo de Miller alcanza cúspides de monstruosa sagacidad. La escena con los caballos, cruel donde las haya, destila fatalidad y fracaso a partes iguales.
Toda la película es desesperanza:
¿Dejaste de pronto de amar a tu mujer?
En cuanto la pesqué en la cama con otro.
Nuestra película, la de ambos, se volatizó. Hirió durante un tiempo. Hoy ya no. Recapitular lo más hermoso de una historia zanjada es engorroso, cuesta, pero se logra. Eso sí, siempre que el dolor haya sido tolerable. Que sí. Por eso vuelvo a sonreír al mencionar aquellos días.
Y a todo esto C me esucha, me acurruca.
Y yo que le rozo con mimos de papallona y me dejo acurrucar.