Iconografía

martes, 18 de noviembre de 2008

Las sendas, los huecos (sic)

¿Por qué estabas tan triste?

Por la vida.

¿Y eso, qué es?

Clive Owen (Larry) a Natalie Portman (Alice) en Closer (Mike Nichols, 2004).

jueves, 6 de noviembre de 2008

Claro que nuestro orgullo es infernal

Mirada al frente...
Son los matices los que diferencian una actitud de otra. Una persona sana, que se quiera, no necesita menospreciar a nadie para sentirse bien. El arrogante, sí. Arrastro, desde hace unos días, una evidente decepción. Y estoy mustia. He tenido que equivocarme, no una vez, sino muchas, para aprender a disculparme sin resentimientos ni reproches posteriores. Y no es sencillo. Asumir los errores viene precedido por un cierto desasoiego, la inquietud de sabernos malos hacedores en algo o hacia alguien. Después viene la tregua, hecho que tampoco nos exime del tropiezo, pero lo hace más liviano para, con el tiempo, conseguir que éste incluso languidezca y llegue a esfumarse.
Me siento defraudada, un bamboleo entre pena y chasco. Para no mosquearme más de lo necesario, pienso que los dos saben de su fallo, pero que es el orgullo lo que les atranca. Vacíos de humildad, dando lecciones a todo el mundo y censurando la vida o forma de actuar de otros sin bajar la mirada hacia su ombligo. Que siempre sean los demás los que cedan. Coacciones emocionales y miradas airadas.
No hay necesidad de ser soberbio. Pero siempre hay razones para dar las gracias, disculparse y devolver un abrazo perdido.
La sensación es de regalazo.
Será cuestión de filosofía y paciencia, que dice el yayo Pau.