Iconografía

lunes, 24 de agosto de 2009

Infinito telegrama

Balcón, sol, verde y vía.
[...] Y en tu ausencia las paredes se pintarán de tristeza y enjaularé mi corazón entre tus besos (Heroes del Silencio).

martes, 18 de agosto de 2009

Retrato de un corazón verdemar

El yayo Pau y yo, allá por el año 84...
Desde que tengo uso de razón, o lo que es lo mismo, desde que empecé a hacerme las coletas rematadas con clips de lazos, a quitarme las legañas o a remover mi imprescindible y mañanero colacao, mi yayo Pau siempre ha estado a mi lado. Envolviéndome sin apretar. Mucho antes, todavía yo sin nacer, era fumador y gustaba de saborear carajillos de ron o coñac. La buena vida. Nunca estuvo enfermo, todo salud, erguido como un roble. Hasta que algo dijo basta. Un shock multiorgánico. Justo antes que mis padres llenaran el libro de familia con mi nombre. El sansón languideció. Susto de muerte. Pero como todos los grandes, se reconstruyó. Rebrotado, dijo que, por su nueva y única nieta, nunca más teñiría de amarillo sus dedos ni echaría un trago. Y la selva de vida que siempre tuvo dentro, volvió para abrazarnos. En mis treinta y dos años y sus ochenta y ocho, tan sólo lo recuerdo un día realmente cabreado conmigo. Yo debía tener unos ocho o nueve años. Lentejas, unas malditas y chorizeras lentejas fueran las culpables del coscorrón que recibí. No quería comer. Berrinche tremendo. ¡Cómo lloré!, encendida de rabia en el baño, dando golpes en la puerta. Enana herida, pero no del mamporro que me dio. Su enfado fue mi desconsuelo durante varios días. Y ahí se detiene mi memoria triste con el yayo Pau. Desde entonces, cuando le pienso, sólo puedo amontonar mil kilos de risas, sus canciones grabadas en el contestador cuando no hay nadie en casa, nuestros bailes rocambolescos, su "manyaga" en mis rodillas peladas, cuentos a la luz de la luna, respuestas sin pregunta, paseos eternos en bici, excursiones en patines de cuatro ruedas, jornadas luminosas en la playa de la Barceloneta, bocadillos con ganchitos, los sábados y "Els Encants", la pelota roja atada con una cuerda para que no se me escapara y el tobogán de la "Casa Vella", él en el banco, vigilante, y yo jugando, las pipas peladas, los helados caseros de avellanas y el vermut con "Fritos" y navajas, los viernes, el macuto y el viaje hacia la Verneda, mi primer novio y él mi encubridor, las cartas y el siete y medio, las partidas de ajedrez, el cineclub de la UHF tumbados en el sofá cama...
Su vigor verdemar y la fragilidad de mi alma.
Hoy ya no duermo en la cama de al lado de la ventana, ni la yaya Carmen me pasa a la suya cuando amanece. Pero eso no significa que le quiera menos o que me olvide de las mil vidas que me ha regalado. No sería la de hoy sin sus abrazos cauterizadores. Y sobretodo: habría sido incapaz de aprender a carcajearme chapuzeando entre lágrimas.
Como la camisa abierta de par en par que llevó durante muchos años, así es mi yayo Pau: claro, bueno, honesto, llano, comprensivo, humano, bromista, reposado.
Sin grises ni apagones. Puro destello.
Y sobre todas las cosas: libre.