Iconografía

domingo, 27 de mayo de 2007

De arte y potingues

Me dijo que se llamaba Gigi (no podía ser de otra manera), que había sido maquillador del mundillo hollywoodiense, entre otras de Naomi Wats, Jennifer Lopez, Demi Moore... Creo que mis nervios y no callar en todo el rato le llegaron profundamente a su rosado y plumífero corazón. Y voilà! Juzgaz los que me conocéis bién. Prefiero mi parco y casi ausente maquillaje diario. Me pesaban las pestañas. Pero tengo que confesar que me puse nostálgica cuando eché mano de las toallitas desmaquillantes por la mañana. Jamás volveré a tener esa perfecta banana surcando mi párpado. En fin... Cosas de féminas.

sábado, 12 de mayo de 2007

La mujer de hojalata

Dejar de limosnear. Como cuando dejas de morderte las uñas de golpe. Porque te vas a quedar sin novio, decían. Voluntad e impedir la tentación. ¿Cómo se hace? ¿El camino de las baldosas amarillas?...

viernes, 4 de mayo de 2007

El no cumpleaños, pero sí

Que ya son cincuenta y cuatro. Pero que guapa sigues, con tus ojitos alegres, esas pecas que lo cubren todo, las manos diminutas, las uñas mordidas, los pies doloridos, la nariz invisible casi, tu perfil, mi perfil. Siempre con paso firme, con la cabeza erguida y esa voz de pito cuando te enfureces. Casi se me olvida, ya van tres, he estado a punto de llamarte al móvil, ironías de la vida, el número sigue intacto en mi memoria. Hace demasiado o, tal vez, simplemente mucho tiempo que no voy a verte, tanto como los días que hace que te fuiste. Ya me conoces, nunca fui partidaria de pasarme la tarde entre huesos. Siempre estás en mí, a todas horas, no necesito rodearme de plañideras para recordarte. El ritual del regalo, las flores, tu eterna sonrisa agradecida. Me faltas, tanto...
Hoy habrá merendola, algún dulce de los que disfrutábamos, como es tradición cumpleañera. ¿Algo del Divine's? ¡Ei, límpiate la comisura, te has manchado de chocolate, bichejo!
A tu salud. A la nuestra.

miércoles, 2 de mayo de 2007

Tristura

Ayer leí este texto y me pareció increíblemente revelador. Y precioso.

La tristeza se anuda a nuestra garganta, pero la atraviesa con la naturalidad de un sorbo de agua fresca. Y, sin embargo, arde como un licor exigente. Discurre entre las arterias y las venas de nuestra alma y late al ritmo de la propia respiración. Somos seres que conviven con ella, y no por un declinar cotidiano. Es un frío indescriptible. No por su magnitud, sino porque nos toma y nos tiene sin dejarse decir por palabra alguna, aunque las impregna y las habita. Va poblándolo todo como una niebla que desciende por las laderas de un cuerpo. Lo razonable sería llorarla, o exponerla en el silencio de unos ojos elocuentes. Su humedad, apenas perceptible, está compuesta de múltiples pérdidas que anuncian la posibilidad suprema de alguna fatalidad poco espectacular. Es una premonición, una anticipación, la de una despedida definitiva. Nos vamos. Nos iremos. Como la bruma.
Algo tiene de belleza, de melancólica distancia. Se desliza al ritmo de las gotas por el cristal y llueve como las palabras tiernas que no acaban de cuajar y que sólo se vislumbran por la ventana de todo viaje. LLevamos toda una vida tristes. Y no es una situación, ni siquiera sólo un temperamento o un carácter. Ni un comportamiento. No es un fruto, es tierra nutricia. Un estado de tristeza asienta el suelo de nuestro diario discurrir. Aprender a habitarla, a abrazarla, no es fácil. Ell ama los crepúsculos. Se enreda en las penumbras, como si hubiera de acompañar los albores o el nacimiento de la labor del día o irse cada noche para siempre, el siempre de cada día, lo que en él ya no volverá jamás. Se nos va la vida. Y no es cosa de la edad, más bién es la edad la que es cosa suya. Tristes asistimos a nuestra esfumación.
El afecto se empaña con esa herida que no sangra y que nos impide el gozo y la dicha permanentes. No sabemos qué hacer. Ni quizá quienes ser. Es un no saber que resulta más conocido que toda información. Saboreamos la tristeza y su amargor es con frecuencia dulce, como el somnoliento preludio de un final. No cabe, sin embargo, ni instalarse ni residir en ella, ni dejar que tome posesión de nuestro despertar, ni que se acueste entre las sábanas del atardecer. Tomarla amigablemente y compartir su suerte es la clave de toda alegría. Aprender a vivir con ese penar sin objeto asienta el horizonte por el que quizá amanezca. Pero tarda en llegar. Estamos tristes, pero somos alegres. Y no es un disimulo, ni un fingimiento, es una convicción, una posición, una decisión. Tristes, no siempre con razón, aprendemos y cultivamos la razonable alegría.

Angel Gabilondo, catedrático de Metafísica.