Iconografía

lunes, 31 de marzo de 2008

Ovillos

Fotografía de Lee Friedlander, serie «The Little Screens», 1963
"No eres capaz de deshacerte", me dijo un día. Recordaba esa frase, preludio de un amor menor. El amor menor es la física no defintiva de la atracción primera. Pensar en alguien sin acabar de desearlo. Temer ser mínusculo para esa persona. Y desearlo a escondidas, incluso a escondidas nuestras. Y saber, que el final de esa historia, consiste sólo en poseer.
Una vez me equivoqué de conversación y de persona y me encontré metido hasta las cejas en una trampa de amor menor. Me impresionó. Ella era un cuerpo medio suyo-medio por tener, lleno de dudas y adherido a la propiedad de improvisar. Sisar su tiempo y engullirlo sin piedad. No hizo falta, ella lo regalaba: y lo recitaba, lo achuchaba y lo tomaba con café. Paseábamos a menudo sin rumbo y yo sin parar de escuhar. No sé si perdí mucho por desearla, o si solté mi vida allí y me adueñé de otra para partir de algo.
No pretendí unir mis sueños a tu viejo sofá hundido, pero ha pasado y todo se ha vuelto tú. Tu casa y tus gatos y tus orquídeas y rozarte y es que ella trabaja demasiado. Y engañarnos todos.
Y mentir a todos.
Te diré algo más, ella se ha deshecho por mí. Yo la amo, pensando en ti. Sé que eres un momento, que de aquí a un tiempo te irás de las palmas de mis manos. Que lloverá sin que te vea. Y la rehago, rememorando su cuerpo, el principio de sus labios secos. Sus ojos de agua frente al armario de la cocina, desnuda, buscando más vino y fantaseando sobre esas vacaciones que nunca hacemos. Su pelo recogido en un lápiz, las gafas que resbalan hacia el libro y cómo me recibe sin dejar de leer diciendo, de aquí a un rato cenamos o te ha llamado tu hermano o dúchate que luego voy yo. Entonces me doy cuenta de tu absurdo, de qué pintas tú en esta casa y en su silla y en nuestra cocina.
Tal vez me equivoqué en pretender imposibles. Buscar bolsas de tiempo es como apagar la luz y confiar en que pasen cosas.
Pero nunca se ve lo que pasa al borde de la cama.

Sólo falta Buenafuente

Mano a mano, dos monstruos.
Rastreando la red en busca de material sobre el intrincado universo de la WEB 2.0, me he topado con esta pequeña maravilla. Desconocía la existencia de Artist on Artist en Myspacetv.com. Tal es la vastedad de la malla de las tres "W". Apoltronaos. Y a disfrutar. Las risas histriónicas de Tarantino y Rodríguez valen dos peruses, que diría mi sabia compañera, Montse. O, al menos, uno.

jueves, 27 de marzo de 2008

Los regalos de porque sí

Verde y blanco (fotografía realizada con la Canon Ixus 800 IS)
Ayer no tenía la mejor de mis sonrisas. La salud y el ánimo no me acompañaban. Si me hubiese dado un garbeo por entre las nubes seguro que los pasos hubiesen sido lentos, así como de pisar grandes charcos. Las bacterias, que están juguetonas en este mes primaveral. Pero la vida puede cambiar en un periquete, que diría cualquiera de los personajes tebeísticos de Escobar. Y allí estaba él, con un enorme manojo de lirios blancos y una tremenda caja de chocolate. Y todos los cirros, estratos y nimbos se escurrieron por el desagüe de los quebrantos. Qué sencillo es a veces.

martes, 25 de marzo de 2008

Triángulo

Traición o derrota
Vértice uno (Z, M y A)
Hora de confesiones. Sí, me lo hago con tu mujer, Z. Insolente y envarado A prosigue: adaggio, Bloody Mary y encaje, incluso irreflexivo polvo salvaje. Ya que me lo preguntas, sí, sabemos cómo amarnos mútuamente.
Arista
¿Placeres?
Contesto.
¿Cuántos?
Titubeo y respondo.
¿Siempre?
Contesto que eso como mínimo.
¿No hay recetas?
Contesto.
Ayúdame.
Contesto, y Z, agradecido, se va.
Vértice dos (Z)
Ahórrate la compasión: sé muy bien que te dejó hurgar en su escote, cuatro tintos, dos versos de Plath, media disculpa y un fingido "todavía quiero a Z". Nada más. Ella misma me lo dijo entre lloriqueos cuando regresé aquel lunes. No he apilado reproches, sin embargo te envidio y te aborrezco a partes iguales. Anhelo esos revolcones imaginados, esos sueños tuyos con mi mujer, que no son de manual para adolescentes, como cuando yo intento hacerlo bien y dejo que Leonard Cohen llene las paredes, memorizo dos versos suyos y los ensayo en su vientre.
Te conozco A, y me irritan tus ficciones inundadas, tus caricias de color de luna, tu capacidad para hacer revolotear a mi mujer, nudillo y peca, oreja y saliva y el resto, que sólo vosotros compartís.
Arista
¿Por qué y por qué ahora?
Contesto.
¿Para ti también ha sido bueno?
Titubeo y respondo.
¿Repetimos?
Contesto que eso como mínimo.
Ayúdame, siento que desaparezco.
Contesto y M, agradecida, se hace un ovillo entre las sábanas.
Vértice tres (M a A)
La caída empezó hace tres meses, después de aquel lunes de mis sollozos, tus abrazos y los versos de Silvia. El sexo empezó a hacerse intolerablemente eficiente. Repertorio amplio a la par que resabido, tedioso. No busco culpables. Sencillamente, no me gusta hacer el amor con desconocidos, ya lo sabes. Por eso, el otro día, con Z tan pasivo, dejándome hacer, cuando ya no había Leonard y las riendas cambiaban de manos, por primera vez pensé en ti, A. Tuyos eran sus dedos, los olores, las caricias ahuecadas, los espasmos mecánicos. Dudo en darte las gracias...
Arista
¿Nos amamos?
Contesto.
¿Ahora?
Titubeo y respondo.
¿Para siempre?
Contesto que eso como mínimo.
Ayúdame, que no quiero desaparecer.
Contesto y A, aliviado, se acurruca junto a mis rodillas.
Línea
Un deseo: vivir en azul y teñir de cielo el laberinto.

lunes, 17 de marzo de 2008

En un santiamén

Proyección
En el sofá y en el balcón raído, comiendo queso y patatas fritas mientras la madrugada , indecente, aparece de puntillas. Meciendo los pies, como repantigada en un muelle oxidado que olvidó entregar sus olas al mar. En ese amanecer perpetuo seguía mirando sus dedos, las palmas, el dorso, sus manos. Confiaba en ver un chispazo detrás de la piel, el modo de volver a palpar -sólo con eso se conformaba-, una simple brisa.

lunes, 10 de marzo de 2008

El día después

Felipe, uno de los amigos de Mafalda.
Si me diesen a elegir entre varias flores, no eligiría, de entrada, una rosa. Prefiero otras, distintas. Las orquídeas o los girasoles o los tulipanes o los pensamientos o las amapolas o los lirios.
Aun con todo, hoy, después de ayer, la huelo y sonrío.

sábado, 8 de marzo de 2008

Cuatro series de diez repeticiones

Pollitos: unos, y otros.
El lunes, después de muchos meses sin agujetas, volví a pedalear y a mirar cuántos latidos genera mi corazón vuelta tras vuelta. Tras remos, cintas y máquinas de nombre imposible, se esconde un mundo paralelo, asombroso, digno de un profundo estudio antropológico. Noventa minutos con una rutina de ejercicios para tonificar biceps, triceps, gluteos o conseguir unas abdominales arrogantemente veraniegas, es aburrido: incluso para mí, que siempre he disfrutado con ello. Mi recién estrenado gimnasio es pequeño, los monitores son agradables, me gusta. Y ahora más, porque voy acompañada.
Entonces, hasta que las obligaciones me obligaron a dejarlo, iba sola. Pero acabas hablando con todo el mundo: la señora encantadoramente menopáusica que habla por los codos, el que te tira los trastos escudado en sus leoninos y nada elegantes músculos, la pija que lleva a conjunto goma de pelo y calcetines, el informático escuálido al que tienes que ayudar porque sabes que, de lo contrario, acabará con el esternón aplastado por las pesas, las fanáticas de las clases de "super dance" a las que envidias por su endiablada coordinación (y que tú nunca tendrás), el que no para de comer tuperwares de arroz cada hora, la que te dice, absolutamente convencida, que se ha apuntado al gimnasio para quitarse las estrias (querida, las estrias ya son tuyas, para siempre, y más si tienen medio metro y son de un blanco inmaculado) ...
Ayer, sentada en una de las máquinas para dorsales, se acercó un chico, veinteañero, con una mirada exageradamente abierta, como en Babia. Dos segundos, suficientes para ver que era diferente al resto de personas repartidas por la sala. Le dije, con una sonrisa abrigada y afable, que nos quedaban dos series. Creo que ni me entendió. Se mantuvo muy quieto, casi interfiriendo en nuestro espacio vital, mientras acabábamos el ejercicio. Ya en casa, volví a acordarme de él.
Me complace que seamos distintos, que todos tengamos cabida. Sudando, riendo, llorando, disfrutando, viviendo: todos, todos somos iguales.