Iconografía

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Los cajones del 2009

Almacén improvisado (Fotografía de Fernando Suárez).
Los años impares me gustan. O eso había creído toda mi vida. Mi número favorito es el 13. Le siguen, el 9 primero y el 7 después. El 5 tiene su encanto. Pero eso de llevar como estandarte una frase hecha no es recomendable, al menos, no al pie de la letra. Lo demuestran los hechos que acontecen. Tal vez me cambie de bando. Los últimos impares han sido los peores, pero de lejos. El 2005, el 2007 y, ahora, el 2009. Tampoco se trata de calificar estos 365 días como de fatídicos, pero sí lo suficientemente incordiantes como para desear entrar, de cabeza y sin mirar, en este próximo año par. Supersticiones, ninguna. Me remito a la realidad. Estar once meses sin trabajar (oficialmente hablando) ha sido de las experiencias más fatigosas que he vivido en mucho tiempo. La ociosidad impuesta no mola nada. Sí el primer mes y eso, estirándolo mucho. Pero luego, los formidables días iniciales en los que uno no deja de zampar libros, de ir al gimnasio a todas horas, de irse a dormir cuando todo el mundo se levanta y de quedar para tomar cafés a horas en las que siempre ha estado trabajando, pasan a ser un auténtico coñazo. Acabas sabiéndote de carrerilla todos los portales cibernéticos donde puede aparecer, en el momento menos esperado, el trabajo de tus sueños. Poco ayudan, en esa lucha diaria contra el tedio, las noticias constantes en todos los medios de comunicación habidos y por haber entorno a la omnipresente "crisis". A todo lo anterior hemos de añadir algún que otro regalo: un par de desengaños feos en cuestiones de amistad que me dejaron bastante quebrada, comprobar que la familia no merece tal calificativo simplemente porque la sangre lo diga y sufrir la fragilidad de mi yaya en cuestiones de salud. Suerte de la naturaleza vivaracha de una, porque ha sido para darse de golpes en la pared y no parar hasta tener un chichón descomunal.
Pero no todo ha sido tizón. He sido mil veces feliz el día de mi boda. He vuelto a constatar que tengo unos amigos que valen un potosí (o dos o tres...). Una hermana "postiza", Mar, con la que no hablo a diario pero a la que sólo tengo que silbar (y viceversa) para que venga hasta mí cual hada voladora lila y me consuele. Y otra, Esther, que no calla ni debajo del agua, pero a la que quiero con todas mis fuerzas. Como a Welly, aunque ya no compartamos clase en la Pompeu ni desayuno diario en el IESE. Y a Marta, siempre ahí, al otro lado, discreta, con la mano tendida. Como la Delgado, haciéndome reír perpetuamente. Tomás, sus maravillosos saltitos al andar y nuestros bailoteos rockeros sin fin. Y Dolores, y Loli y Cristina. Y a los que nunca veo pero que siguen en mí: Luisan, Carol, Jordito, Lluís, Xavi, Arantxa... Y he conocido a un amigo virtual, Alberto, (para mí era Qae) que ha resultado ser muy real, merengón y un poco maño; hay que aclarar que cuando ríe, te mira desde su altura y le salen esas arruguillas en los ojos, todo lo cafre que a veces pretende ser (aunque a mí no me engaña) se evapora en un ¡chas! Y te lo llevarías requeterápido en el bolsillo más pequeño para no perderlo. He agradecido hasta el infinito tener una suegra que se ha comportado como una madre en todo lo que le ha sido posible y un suegro que no habla mucho pero que conmigo se carcajaea y se suelta a lo grande. He comprobado impresionada cómo me quiere mi tio Jordi y cómo le quiero yo, aunque nunca nos lo digamos. He discutido por primera vez con mi tia Carmen para, inmediatamente después, saber que siempre he sido como una hija para ella (y al revés). He disfrutado, un año más, de mi yayo Pau y de su increíble serenidad. Y lo que me dejo...
Pero nada de lo anterior hubiese sido posible sin la persona que me ha mantenido erguida las veces que he estado a punto de desplomarme: Carles. Hoy, que llevo 21 días incorporada de nuevo a la vida laboral y que mi dedo no teclea compulsivamente la página de "infojobs", soy yo la que intento hacerle las veces de árbol. Ahora es él quien tiene días de 48 horas y vía libre para jugar a la "Play" hasta las tantas. No tiene despertador que le atosigue. Y eso, le entristece. Demasiado. Hay momentos en que sus enormes ojos parlanchines me chivan que mis tonterías no son capaces de auparle el ánimo lo suficiente. Es entonces cuando debe entrar en acción el abrazo más fuerte del mundo mundial. A lo "supernena", pero en versión Larita. Si no llevo tacones y son las bailarinas las que me visten, me pongo de puntillas, le apretujo todo lo fuerte que mi envergadura me permite y con ojillos contentos le cuchicheo: ¿sabes que hasta que seamos como el yaya y la yaya, verdad...?
El remate, un beso de pestañas.
Entonces, todo él se desparrama en mí, fortalecido de nuevo, un poco menos mustio. Y yo me siento afortunada. Por ser un dúo.
Y ese color que a veces palidece, vuelve a ser añil.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Hoy soy su nieta

Rene Magritte, "La Memoire" (1948)
Pero mañana, tal vez no. Me habrá cuidado con ternura durante años, pero su enjuta memoria le impedirá abrazarme. Porque el olvido es traidor. Se despeñará entre recuerdos que querrá estrujar. Pero sólo atinará a curiosear brumas liosas. Tragaré litros de saliva en un instante. Que las penas se me arrejuntan todas en los ojos y no hay disimulo que valga. Y ella, de cuando me planchaba la ropa y yo le pintaba las uñas, me tiene como parlanchina y risueña.
Y esa seré. Aunque sus recuerdos la desasistan.

martes, 24 de noviembre de 2009

Estatismo: 1. m. Inmovilidad de lo estático.

Fotografía de María Zarazúa - La espera.

Antes yo no sabía
por qué debemos todos
-día tras día-

seguir siempre adelante
hasta como se dice
que el cuerpo aguante.

Ahora lo sé.
Si te vienes conmigo
te lo diré.

José Agustín Goytisolo (Poema Secreto)

domingo, 15 de noviembre de 2009

Érase una vez una hada...

Mar, la hacedora de milagros, y yo, el día de la boda.
La nariz más chata del mundo, fue la primera persona (junto a otra, pero eso hoy no cuenta) que supo que ya teníamos fecha para pegarnos unos bailoteos, risas a quilos y unos pocos sollozos (los justos, pero necesarios) el día 26 de septiembre, a la 13:00 del mediodía. Y desde día pasamos a ser tres en una boda de dos. La hacedora de milagros fue mi madre, mi padre y todos los que ya no están, aunque como es bajita y todo lo oye un poco más tarde que los talludos, tal vez aun no lo sepa. Dicen aquellos que la quieren bien, que cuando la alegría le desborda se transforma en "chinita". Tanto le sonríe la mirada que no atina ni a parpadear. Eso, y que al unísono le lagrimean los ojos. Pero ahí no acaba el prodigio: sus pestañas, delicadas, y húmedas, se amontonan en grupos chiquitos que parecen querer abrazarla. Y entonces se despierta, rehecha de nuevo. El sol de primavera arrulla nuestras cabezas en la terraza de la panadería de siempre. Mientras, ella anota todos los deberes de los siguientes meses en su libreta. La hacedora de milagros, tan radiante como la novia. Hoy toca ruta de pendientes, qué feos, qué horteras ,¿por qué todo lo que vemos es de color dorado y con perlas...? Yo los quiero largos, que dancen conmigo. Ella paciente, espectadora, serena siempre. ¿La semana que viene iremos a chafardear los vestidos? Me los enseñan con guipur, repletos de lentejuelas y con vuelo de princesa. No, no, que el mío quiero que sea lánguido, que revolotee al andar, como lo llevaría Atenea. El jueves me he pedido el día libre, nos atiborraremos de zapatos, ¡tú tranquila! Y los míos fueron uno de sus incontables regalos. ¿Encontraremos algo para mi pelo volátil? Su sonrisa por respuesta y el tocado perfecto en la bolsa. Y tiro porque me toca. Así, hasta el infinito. Sin tregua, a mi lado, por lo que pudiera pasar. Contando los días que restaban y entrando en pánico cada dos por tres, a carcajada limpia, eso también. Me ha regalado cestos de lágrimas contentas, feliz ella por saberme a mí radiante al haber encontrado a una persona íntegra, honesta, sensible y, en definitiva, única, como es Carles. Lo ratifica el hecho que ella y sus padres, Ana y Mariano, han sido, en muchas ocasiones, más familia que algunos miembros de la mía propia. Por todo lo anterior y por los mil cuentos que nos quedan por vivir, desde este humilde cajón de sastre, le quiero dar las gracias, una y otra vez, hasta que se me duerman las manos. Es mi manera de abrazarla, fuerte, fortísimo, hasta romperla casi, porque no soy muy tocona y a veces creo que no la achucho todo lo que debiera.
Mi te quiero a la antigua, por carta.
Mar, mi hacedora de milagros.

lunes, 24 de agosto de 2009

Infinito telegrama

Balcón, sol, verde y vía.
[...] Y en tu ausencia las paredes se pintarán de tristeza y enjaularé mi corazón entre tus besos (Heroes del Silencio).

martes, 18 de agosto de 2009

Retrato de un corazón verdemar

El yayo Pau y yo, allá por el año 84...
Desde que tengo uso de razón, o lo que es lo mismo, desde que empecé a hacerme las coletas rematadas con clips de lazos, a quitarme las legañas o a remover mi imprescindible y mañanero colacao, mi yayo Pau siempre ha estado a mi lado. Envolviéndome sin apretar. Mucho antes, todavía yo sin nacer, era fumador y gustaba de saborear carajillos de ron o coñac. La buena vida. Nunca estuvo enfermo, todo salud, erguido como un roble. Hasta que algo dijo basta. Un shock multiorgánico. Justo antes que mis padres llenaran el libro de familia con mi nombre. El sansón languideció. Susto de muerte. Pero como todos los grandes, se reconstruyó. Rebrotado, dijo que, por su nueva y única nieta, nunca más teñiría de amarillo sus dedos ni echaría un trago. Y la selva de vida que siempre tuvo dentro, volvió para abrazarnos. En mis treinta y dos años y sus ochenta y ocho, tan sólo lo recuerdo un día realmente cabreado conmigo. Yo debía tener unos ocho o nueve años. Lentejas, unas malditas y chorizeras lentejas fueran las culpables del coscorrón que recibí. No quería comer. Berrinche tremendo. ¡Cómo lloré!, encendida de rabia en el baño, dando golpes en la puerta. Enana herida, pero no del mamporro que me dio. Su enfado fue mi desconsuelo durante varios días. Y ahí se detiene mi memoria triste con el yayo Pau. Desde entonces, cuando le pienso, sólo puedo amontonar mil kilos de risas, sus canciones grabadas en el contestador cuando no hay nadie en casa, nuestros bailes rocambolescos, su "manyaga" en mis rodillas peladas, cuentos a la luz de la luna, respuestas sin pregunta, paseos eternos en bici, excursiones en patines de cuatro ruedas, jornadas luminosas en la playa de la Barceloneta, bocadillos con ganchitos, los sábados y "Els Encants", la pelota roja atada con una cuerda para que no se me escapara y el tobogán de la "Casa Vella", él en el banco, vigilante, y yo jugando, las pipas peladas, los helados caseros de avellanas y el vermut con "Fritos" y navajas, los viernes, el macuto y el viaje hacia la Verneda, mi primer novio y él mi encubridor, las cartas y el siete y medio, las partidas de ajedrez, el cineclub de la UHF tumbados en el sofá cama...
Su vigor verdemar y la fragilidad de mi alma.
Hoy ya no duermo en la cama de al lado de la ventana, ni la yaya Carmen me pasa a la suya cuando amanece. Pero eso no significa que le quiera menos o que me olvide de las mil vidas que me ha regalado. No sería la de hoy sin sus abrazos cauterizadores. Y sobretodo: habría sido incapaz de aprender a carcajearme chapuzeando entre lágrimas.
Como la camisa abierta de par en par que llevó durante muchos años, así es mi yayo Pau: claro, bueno, honesto, llano, comprensivo, humano, bromista, reposado.
Sin grises ni apagones. Puro destello.
Y sobre todas las cosas: libre.

domingo, 19 de abril de 2009

Hoy era martes 19 de abril

Mi madre y yo. Verano de 1979.
Aquel día, hoy era martes. Recuerdo, casi aritméticamente, el viento que hacía, la posición de las nubes, mis manos tiesas, el estómago chico, mis ojos mustios, los tuyos mansos. Asida a los barrotes de la cama, derretida, gastada casi pero erguida, tú erre que erre... Igual las intuiciones son desvaríos quiméricos, autosugestiones vanas. Tal vez. Pero yo me desperté de golpe, mastiqué tu última respiración. Quebrada. Todo pizcas.
Desde aquel martes madrugador, me faltas en todo, pequeña traidora. En los cruasanes de mantequilla de la Plaza del Centro, desenmarañando a la Luna, reinventado recetas por teléfono, leer la Vogue conmigo y acertar el modelo que me gustaba, soprenderte por mis montañas de libros, subirme las cartas, tus riñas por mis horas en el baño, carcajeándote de los piropos imposibles, cuando me ponías el dedo sigilosamente en la nariz para ver si respiraba mientras dormía, tu saludo amarillo chillón de dónde están mis niñas, esos pies diminutos y tú libre en el mar, tu catarata de lágrimas para evaporar las mías...
Y últimamente, que diría Ismael, más, muchísimo más, al cubo casi. Te necesito aquí para ayudarme con el vestido de novia (sí, ¡la mitología ha vencido! ), verte reír con Carles, pensarle el traje, cafetear con Montse, organizarlo todo, emocionarnos juntas, los nervios luminosos, elegir las flores, las mesas, los invitados, tu vestido, echar de menos al papa, estremecerte un instante y trepar de nuevo, subir del brazo del yayo, runrunearme al oído, guiñarnos un ojo en plena jarana y...
Echarte tanto, tantísimo de menos.

viernes, 16 de enero de 2009

Raspar el entonces: cuento brevísimo

Los ladrillos, agujeros, los recuerdos
Hubo una vez un septiembre caluroso. Decidió borrarla, sin más. Pero no quería deshacerse de todas sus líneas de golpe, tal vez por eso, al principio, se limitaba a manejarla a su antojo; pepona entre sus zarpas, así la quería. Sólo era cuestión de tiempo. Digamos que le incomodaba todo aquello que ella hubiese podido conjugar antes de tropezarse con él. Si evaporo a la que era, no habrá antes, todo será ahora y un después sólo nuestro. Le desbarató toboganes de negativos, manantiales de tinta secreta, toneladas de voz. Durante, ella, monigote dolorido, trapecista acojonada. Cuentan que él reverdecía en cada agravio. Paciente, la mujer capeaba. Hasta que fue invisible, se clareaba casi. Es lo que ocurre cuando el corazón se cuaja. Desapareces.
Hoy, dicen, piruetea alegre de nuevo.
Alguien avivó otra vez su latido. Y ya no se atranca.