Iconografía

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Recordar: o volver a pasar por el corazón

En Cuenca, el verano de hace una década. Judith. Ella y yo.
Hay momentos que deberíamos poder congelar, botón del pause y listo. Ayer estuve con Judith, la Juju, Jujeta, la de la carcajada limpia y mirada transparente. Intentamos recordar cuánto hacía que no quedábamos. No hubo manera. Más de tres meses, menos de dos años, más de uno. Nos reñimos al final, mútuamente, por tardar tanto, no puede ser, que estamos a un tiro de piedra, bueno, o a dos. Sin estar a veces, aquí, allá, acullá. Pero siempre la pienso. Hace mucho de todo, trece, doce, once, diez... cuando los noventa todavía contaban en pesetas y yo tarareaba canciones de Counting Crows en un prehistórico CD portátil, con las uñas pintadas siempre de color violeta, sentada cada mañana en el primer vagón de la línea verde, bajar en Drassanes, al final de la Rambla, al lado de Colón, de las paraditas, del Bosc de les Fades, del Museo de Cera, de un local cutre donde comíamos ensaladas con salsa rosa y palitos de pan, de las salas de vídeo y Laserdisc de la biblioteca de la universidad donde las horas se vaciaban sin prisa, del bar donde intentábamos acoplar guiones imposibles de putas y edificios en ruina, el sotano, un lazo en el estómago y las prácticas de realización, cuando las cámaras todavía tenían carretes y revelar era crear un milagro, el koala gris que dormía en una caja, las viejas Dr Martens negras, mis cejas depiladas, Sam y sus pantalones de cuadros y los Smahings y la guitarra acústica en el Parc Güell, mis tripas reventadas y el abrazo tierno de mi madre murmurando no pasa nada, los bailoteos imposibles en el puerto, vamos a arreglar el mundo, cómo no, eternas estudiantes con carpeta, aprender y aprehender, hablar con la "z", las vacas voladoras, perseguir al profesor idolatrado, comer en el griego y llegar a la clase de Mercader tocadas por el Ouzu...
Desde aquel mediodía en Pastafiore, todo es un poco más azul.

martes, 2 de septiembre de 2008

Mi vida, aún no me la sé

Fotograma del documental Can Tunis (2007), de José González y Paco Morandi.
Hay días, uno de esos que podría ser igual que el anterior y no por ello menos bueno o más malo en que la retina y el corazón son capaces de retener, casi al instante, imágenes y frases que en otro momento, tal vez, ignoraríamos. Ayer, noche insomne (por puro placer) me topé con este documental mientras ojeaba la nueva edición del Vanity Fair Made in Spain. Ya lo conocía, incluso había visto fragmentos, pero lo que decía antes: ayer era el día. Y no los anteriores. No voy a hacer una crítica, tal vez porque habla de una zona tan cercana al lugar donde vivo que, tristemente, ya forma parte de nuestra rutina diaria. Desde arriba, Can Tunis es un barrio mugriento, manchado donde la droga bautiza cada una de las calles que conforman sus chabolas. Pero la gente rie, canta y se hacen barbacoas en la calle. Prefieren las barracas a los pisos que paulatinamente les han ofrecido a cambio de la expropiación de su suelo roñoso...
Mi héroe particular de Can Tunis tiene 11 años, bermejo, ojos azul cobalto, transparentes de futuro y opacos por exceso de conocimiento. Conduce, con una sola mano. Espléndido y aterrador cronista de la vida que le ha tocado sobrevivir:
La droga lo que hace es poner a la gente enferma. Cuando no llevan dinero se mueren, tienen que ir a pedir, cuando no llevan se mueren de ansia. Y han caído muchos por lo gilipollas que son, y mira que se lo decimos nosotros: "Quítate que vais a caer y vais a morir". ¿Mi vida? Yo aún no sé lo que es mi vida. Yo sé lo que hago y lo que digo pero mi vida, aún no me la sé. No sé si voy a ser borracho, alcohólico. No sé lo que voy a hacer... o futbolista o caballero de esos de montar a caballo, todo eso... O abogado, tú ya sabes...
Yo tampoco sé mucho, chavalín de ojos claros, qué va.
Pero sé que sois felices. Que no sabéis vivir entre ascensores. Aunque yo no lo entienda. Pero y eso, ¿qué más da?