El extranjero se preguntó si toda aquella gente que llenaba las calles caminando con prisa, sabía en realidad a dónde iba. El extranjero andaba siempre despacio, dudando de su rumbo, y le sorprendía que toda aquella gente estuviese tan segura. Se quedó mirándolos uno a uno hasta que junto a él pasó un hombre que debía tener más o menos su edad. Este podría ser yo, pensó el extranjero y comenzó a seguirle discretamente para averiguar si, realmente, tanta decisión en sus andares era real. El otro yo recorrió rápidamente media ciudad. Su mirada únicamente estaba centrada en evitar chocarse con cualquier desconocido, jamás miraba a otro lado que no fuese al frente. El extranjero, en cambio, se fijaba en cualquier pequeño detalle que apareciese en su camino. Al final, perdió de vista al otro yo. El extranjero se quedó parado en mitad de la calle preguntándose: ¿toda esta gente, dónde va?
El extranjero quiso escribir a su madre y la carta no consiguió desprenderse de su blanco impertinente. El extranjero quiso escribirle a ella. Nuevamente, al pensar en ambas, pensó en el silencio, pero esta vez pensó en su propio silencio ante su madre. ¿Por qué no conseguía decirle todo lo que quería? El barco - pensó - llegará pronto a puerto y, cuando el viaje acabe, ya nos será imposible decir nada.
Hoy no quiero dormir, pensó el extranjero. Dormir es como una pequeña muerte y despertar nunca se parece a una resurrección completa. Algo de esa muerte queda en mí cada mañana. La siento, la saboreo, puedo observar su burla. Pero hoy no. Hoy ganaré yo esta batalla aunque la guerra siempre la gane ella.
1 comentario:
Muy lindos los tres relatos del extranjero!
Cuando tenga un rato volveré a pasar para leer más.
Saludos!
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