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domingo, 18 de marzo de 2007

El extranjero, parte II

La nostalgia hace extrañas parejas. En ese mismo instante el extranjero pensó en su madre y pensó en ella. Es cierto que a las dos las quería y a las dos las echaba terriblemente de menos, pero el extranjero no acababa de comprender el porqué de esta unión. Pensó que, posiblemente, el único punto en común de ambas era el silencio. Las dos sabían sobrevivir perfectamente en el silencio. El extranjero nunca lo consiguió del todo. Pero sabía que ambos silencios guardaban cosas muy distintas. Fue entonces cuando surgió la palabra cuídate y recordó a las dos en una de tantas despedidas. Tremendo cariño. Demasiado. El extranjero sintió que estaba traicionando a dos de las personas que más quería porque hacia de todo menos cuidarse. El extranjero recordó una frase: no necesito silencio, ya no tengo en quién pensar. Y el extranjero se alegró de necesitar un silencio. Aunque a veces pensar ahogue y haga que el silencio se torne tan doloroso. Hasta ese momento el extranjero no había deshecho su maleta. Se sentía extrañamente seguro con esa provisionalidad. Iba sacando día a día la ropa que necesitaba. La maleta ocupaba una parte importante en aquella habitación. Tumbado, en la cama destartalada, el extranjero se durmió profundamente.
Cuando me despierto, dijo en voz alta el extranjero, ya sé dónde estoy. Hasta hoy, cuando me despertaba, creía estar en cualquier otro lugar menos aquí. El extranjero se quedó callado observando con detalle todo lo que le rodeaba y pensando que estaba empezando a hablar solo. Volvió a repasar todo con la mirada. Estoy solo, creyó pensar, pero en realidad lo había dicho en voz alta. Ni el eco le respondió.