Por aquel entonces, al andar, sus caderas parecían mecerse en el aire, lívida, casi sin rozar el suelo. A él no le gustaba el rítmico sonido de sus tacones, la increpaba siempre que entraban en casa. O cuando salían. O cuando bajaban. Un día, ella se descubrió deambulando de puntillas, apoyando sólo la parte delantera cual equilibrista aventajada. Mientras, los andamios se desmoronaban, a partes iguales que su amor propio. Hoy se despereza del gris desde el vértigo de sus pies.
2 comentarios:
Ole, ole y ole. Km eskribe mi niña, si es k vale lo k no sta skrito. T'
ONITSUKA TIGER
;-) :-**********
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