Como aquella lluvia. Que casi rompe el cristal. Barcelona (noviembre 2009)Se te ve. Casi ya no crees. Te vuelves como de seda y el verde se larga. Resbala.
Las letras te sobran. Y la curiosidad mató al gato, recuerda.
Como aquella lluvia. Que casi rompe el cristal. Barcelona (noviembre 2009)Se te ve. Casi ya no crees. Te vuelves como de seda y el verde se larga. Resbala.
Las letras te sobran. Y la curiosidad mató al gato, recuerda.
Bizkaia (abril 2010)
El deshielo otra vez y...
La cinta de Moebius.
Tijeras, sólo quiero unas tijeras.
Santa Pau, 18/8/2009, bodas de oro, Pau y Carmen.
El agua, que se va.
Y entender que, aunque parezca que tengamos, no tenemos nada.
La temporalidad y todo lo demás.
Que ya no están.
El yayo Pau y la yaya Carmen (14/10/2010 -Restaurante Txirimiri, BCN)
Entre mis recuerdos y la foto, han pasado más de 25 inviernos. Y ahí siguen. Ese día, de boda. La de mis tios, Jordi y Ana. Y la peque Mar, anillos en ristre. Risueños. Sumando los dos 168 años.
El consuelo, los hombros, la sonrisa siempre.
Y mis gracias. Al cubo.
Nueva York La Nuit, madrugada, octubre 2009, desde el Empire State.
Diques. Junio 2009. Canon IXUS 800 IS.
El secreto de sus ojos (2009), de Juan José Campanella
Morning Sun, de Edward Hopper
Brooklyn Bridge, octubre 2009, Nueva York.
Magnolia, de Paul Thomas Anderson (1999)
Una flor de nieve
Johnny Guitar o Hayden y la Crawford (1954)
Reserva de Urdaibai - Entre las playas de Laida y Laga
Puerto de Lekeitio (Bizkaia) - Abril 2010
Perchas, vacías.
Nunca pensé que llegar a esta edad me parecería tan poco. Es por comparar situaciones. Recuerdo el día en que mi madre cumplió los treinta tres. Era un día normal, de los de subir al colegio a las tres menos cuarto, con un "donete" en la mano (si tocaba, porque sólo había uno de premio a la semana) y equipada con mi súper chándal gris afelpado: día de saltar al potro y de engorrinarse por los suelos. Ese 4 de mayo alguien le dijo a mi madre, mientras comíamos sentados en una cocina que ya no es la de ahora, "ya tienes la edad de Cristo". Esa frase, ese momento de cotidianeidad absoluta, siempre ha tamborileado en mi cabeza. Entonces, a mis 9 años, ese número, el 33, era algo descomunal para mi diminuta vida. Tocarlo con los dedos, primero un tres y luego otro, se me antojaba algo casi inalcanzable. Era como si tuviera que vivir interminables aventuras hasta que mi pastel acojería todo ese número de velas. Qué grande me parecía mi pequeña madre ese día de mayo... Y aquí estoy hoy, 24 años después, envuelta por treinta y tres puntos de luz. Qué acrobáticos pasan los días.
Breakfast at Tiffany's, 1961, de Blake Edwards.