Iconografía

domingo, 17 de febrero de 2008

Crónica de una degeneración

There Will Be Blood, de Paul Thomas Anderson, 2007
Sangrante, caníbal, titánica, distinta. Tal vez el resultado global adolezca de cierta autocomplacencia, que casi nunca es buena, queriendo llegar a tantos sitios que, en ocasiones, llega a rozar el hastío. ¿Demasiado pretenciosa en algunos pasajes? ¿Excesivo empeño en mostrar una tiranía patológica en todo momento? Seguramente. Y es que aquí pasa lo mismo que ocurría en Magnolia (1999): conducir a los personajes a situaciones tan desorbitadas provoca, a veces, resultados forzados. Pero es innegable que estamos ante un retrato aplastante y espléndido de la ambición humana: un Daniel Day-Lewis soberbio, demencial, terrorífico en el nivel de otros montruos de antaño como Bette Davis en La Loba (1941).
Una vertiginosa caída a la más profunda degeneración del ser humano, un enfermo de ambición. O como asumir la mezquindad sin redención. Un individuo compuesto exclusivamente de carne, hueso y codicia, con corazón de pergamino: al final, un potentado miserable.
Es de agradecer el intento de Paul Thomas Anderson de mantener una narrativa al estilo clásico, épico, sin caer en la tentación de recrearse en planos majestuosos ni frases para la posteridad. La excelente y silenciosa fotografía ayudan a ello. Sin olvidar una banda sonora que sorprende, que huele a la locura y visceralidad propias de la idiosincrasia de la película. Jonny Greenwood, guitarrista de "Radiohead", la borda.
El film del director de Boogie Nigths (1997), nos sitúa ante una profunda herida abierta que crece como las malas hierbas, sin llegar a cicatrizar, que tampoco acabará en muerte.
Soberbia representación de la agonía moral, extrapolable a la actualidad. Y eso, sí que da miedo.

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