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sábado, 29 de diciembre de 2007

Stalin: Flotats y la encarnación del mal

Stalin, de Josep Maria Flotats, en el Teatre Tívoli (Barcelona)
El enfado que duró diez años. Josep Maria Flotats vuelve a Barcelona, a su lengua y a su público para celebrar sus 50 años encima de los escenarios.
1952, Moscú. Stalin: una adaptación del propio Flotats de la novela Une exécution ordinaire, del francés Marc Dugain es, en buena parte, un monólogo del dictador. El director nos presenta a un Stalin enfermo, dos años antes de su muerte, cuando se produjo el llamado escándalo de las batas blancas, generado por los miedos del dictador, quien acusó a los médicos judíos de conspiración contra él y contra el régimen. Un hombre condenado a la soledad, la soledad del que ejerce el poder individual y absoluto. Y una desdichada Olga (extraordinaria Carme Conesa, llena de miradas y silencios reveladores), la uróloga y sanadora que se ve anulada junto al tirano para aliviar sus dolores. Ante ésta, Stalin, que no confía en nadie, ni siquiera en sí mismo, desmenuza reflexiones sobre el ejercicio del poder y el terror, sobre la religión, sobre el culto a la personalidad, sobre los judíos, sobre la derrota del nazismo, sobre los infiernos de la Lubianka y hasta sobre Chaplin.
Pero, más allá de la buena interpretación de los actores y de la impecable escenificación, Stalin es la victoria de la ironía. La constatación que la suma de la distancia de cinco décadas de historia más la inteligencia del montaje da como resultado un exceso de cinismo que permite la sonrisa.
Al final, la clave. Un descubrimiento que nos llega por la revelación de una curiosidad histórica que tiene resonancias de advertencia: el cocinero de Stalin era el abuelo de Vladímir Putin.
La obra invita a interpretar el presente ruso, tan oscuro, tan poco transparente. Todos hemos visto, en este 2007 que se acaba cómo, por saber demasiadas cosas y por intentarlas decir, te envenenan en un restaurante de Londres o asesinan a una periodista en la puerta de su casa. Y no pasa nunca nada.
Entonces y hoy, 50 años después, todavía el terror como arma paralizante. El viaje a qué nos invita Josep Maria Flotats plantea preguntas, cuestiones de respuesta difícil pero que vale la pena hacerse.

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